25 octubre 2006

Retazos 03

"Jorge removió el café con desgana, bostezó sin taparse la boca y se recostó sobre la incómoda silla de madera. Eran las siete de la mañana, y el ambiente de la cafetería ya estaba demasiado cargado para su gusto. Estaba abarrotada, como siempre. Jorge reconoció algunos rostros.
Llevaba dos meses desayunando en aquel lugar, a la misma hora cada día de la semana. La verdad, el sitio no le gustaba nada.
Ella atravesó la puerta acristalada a la hora de siempre, las siete y cinco. Le hizo un gesto al camarero, que asintió con familiaridad y le dirigió una sonrisa. Se sentó en su mesa, al fondo y mirando hacia la puerta. Cogió un periódico y lo abrió por la sección de economía. Jorge esbozó una sonrisa nerviosa, y se sentó con la espalda recta. Bebió un largo trago de café y apretó nervioso la correa de su maletín, tirado sobre la mesa de madera.
´
Hacía dos meses, Jorge había chocado sin querer contra una mujer que no pasaba del metro sesenta y cinco, delgada y de larga melena rubio oscuro. Se había disculpado sin pensarlo, pero antes de poder seguir con su camino, una sonrisa ligera le había atravesado de parte a parte. Se había girado para ver hacia dónde iba la dueña de aquella sonrisa embriagadora, que, mientras él se quedaba quieto en mitad de la calle, entraba en una cafetería.
Por alguna estúpida coincidencia, quizás un semáforo en rojo o el tiempo que había tardado en buscar los calcetines, Jorge había vuelto a cruzársela al cabo de unos días. Ella ni siquiera había reparado en él; era uno de tantos tipos con maletín y americana que iban al trabajo caminando. Jorge se había metido en el mismo café, y de aquello hacía ya dos meses.

Durante cincuenta y ocho días, Jorge no se había cansado de remover café hasta que se enfriaba, de ver cómo ella pasaba las páginas del periódico con delicadeza y cortaba en trozos diminutos su tostada. Y tampoco de dirigir miradas furtivas hacia sus ojos, sus labios, sus pechos, sus piernas... Incluso hacia los pequeños granos que le salían de vez en cuando en la barbilla. Pero, por algún motivo, no se había acercado nunca a ella. Cuando lo pensaba en frío, creía estar comportándose como un psicópata.
El camarero la llamaba Elisa.

A las siete y media, como todos los días, ella se levantó y dejó un billete de cinco junto al café, se despidió del camarero con un gesto, y salió a la calle. Jorge suspiró y se frotó las sienes con las manos, en parte para secarse el sudor. Dejó varias monedas sobre la mesa y se marchó a grandes zancadas. El aire de noviembre le golpeó en los pulmones mientras recorría la avenida con la mirada. La reconoció, incluso de espaldas.
Caminó lentamente, siempre una decena de metros tras de ella pero sin desviarle la mirada. Ella se detuvo en un paso de cebra. Había empezado a lloviznar, así que Jorge se subió el cuello del abrigo y cogió aire. Ella acababa de sacar un móvil e iba marcando un número. Alzó la mirada cuando un sonido anunció que el semáforo estaba en verde para los peatones, y dio varios pasos.
El chirrido de las ruedas de un coche al resbalar por el asfalto estremeció el aire.
- ¡Elisa!- gritó Jorge, demasiado tarde.
El frágil cuerpo de una mujer que se llamaba Elisa y desayunaba café con leche y una tostada muy hecha yacía junto a la acera como una muñeca rota. La sangre que manaba a borbotones de su cabeza se colaba por una alcantarilla, y las piernas estaban dobladas en un ángulo grotesco.

Jorge jamás pudo olvidar aquella mirada acusadora que le dirigían sus preciosos ojos verdes, muertos, y las débiles contracciones que estremecían sus labios mientras el aire se le escapaba de los pulmones.
Si no le hubiese estado mirando el culo, Jorge habría visto venir el coche."

En fin. Vosotros diréis.

11 octubre 2006

Retazos 02

Se me ha ido la pinza cosa fina.

"Carlos miró por la ventana. La luz de las farolas era de un amarillo viciado, y la lluvia martilleaba en el cristal. Le agravaba el dolor de cabeza, así que se tomó una pastilla y apagó el ordenador portátil que había sobre el pulcro escritorio.
Abandonó su oficina tarde, como todos los días. No estaba como para dejar de haces las horas extra. Sólo quedaba el vigilante nocturno, Alberto, que le despidió con una palmada en el hombro. Carlos levantó la mano, de espaldas, y salió a la calle.
Molesto, abrió el paraguas y echó a andar. La zona era muy tranquila, y no había nadie en la calle, excepto los eventuales vehículos que atravesaban la calle rectos como una flecha.

Pese al paraguas, cuando Carlos se detuvo estaba empapado, pero apenas sentía la humedad en su ropa. Ante él se erguía un edificio de apartamentos de diez plantas, todo hormigón y cristal. Había apenas media docena de ventanales por los que se escapase la luz, pero Carlos había fijado la vista en uno sólo. Sacó el teléfono móvil y marcó un número que se sabía de memoria.
- Estoy abajo- dijo antes de que nadie respondiese.
- ¿Qué? ¿Abajo dónde?
- En frente de tu casa- Carlos sintió una punzada en el corazón cuando vio una esbelta silueta tras el cristal.
- ¿Estás loco? Lárgate antes de que te vea Pedro- susurró la voz al otro lado del teléfono, aguda y nerviosa.
- Te echo de menos...
- Márchate o llamo a la policía- fueron las últimas palabras antes de que un descarnado "click" terminase con la llamada.

Carlos siguió caminando, esta vez sin rumbo. Sentía la cabeza vacía, ajena a todo, incluso a las gotas de agua que se colaban por un agujero en el paraguas y le mojaban el rostro.
- ¡Eh, colega!- dijo un hombre desastrado, poniéndose en frente de Carlos. Su abrigo marrón estaba mugriento y deshilachado. Le olía el aliento a podrido, los dientes estaban amarillentos y el rostro sucio-. ¿Tienes un par de eurillos? Que me' quedao sin na' pa' esta noche...
La sonrisa que le dirigió el mendigo fue la gota que colmó el vaso. Sin pensar, arrollado por la furia contenida y el instinto, Carlos le golpeó en la mandíbula, sintiendo el crujido de sus propios nudillos. Ni siquiera le dio tiempo a gritar, porque otro puñetazo se proyectó en su nariz, y otro en su estómago, vaciándole el aire de los pulmones. Aquel hombre delgado cayó al suelo, y durante un minuto aguantó una lluvia de patadas sobre su cuerpo.
Cuando Carlos recuperó la perspectiva, tenía el caro zapato negro manchado de sangre, y el rostro sonriente del mendigo se había convertido en una máscara rojiza y viscosa. Carlos dio media vuelta, con la cabeza dándole vueltas, y siguió caminando mientras la lluvia le limpiaba la sangre en el zapato
El paraguas seguía abierto junto al cadáver."

Comenten a su gusto, damas y caballeros.

05 octubre 2006

1918-2006

El miércoles a las cinco y media de la tarde mi abuelo murió en una cama del hospital San Agustín de Avilés.
Nada raro en un hospital, supongo, el hecho de que muera alguien. La verdad es que duele, pero no tanto como creía. Al fin y al cabo, tenía ochenta y ocho años.

Después del velatorio y el funeral, lo que más me jode es pensar que murió sufriendo. Después de tres paradas cardiacas el sábado, no soportó una más el miércoles. Domingo y lunes los pasó practicamente inconsciente, enchufado al suero y meando por un tubo. Pero el martes empezó a recuperar la consciencia, reconocía a la gente, etcétera. Tenía paralizado el lado derecho del cuerpo completamente, y también parte del izquierdo. Le daban calmantes para el dolor, pero por mucho que se lo pedimos no quisieron ponerle un sedante para que dejase de sufrir.
Porque al mirarlo, intentando incorporarse sin ser capaz, con los ojos velados y la voz ronca no se me ocurría otra cosa que no fuese que mi abuelo estaba sufriendo en las últimas horas de su vida.
Así que los médicos se dedicaron a darnos largas y a decir "Sí, ya lo hemos dormido" mientras mi abuelo se retorcía en la cama.

Pero en fin, polvo al polvo.

Otra cosa que me ha enfadado mucho ha sido el velatorio. Nunca en mi vida había visto tamaña muestra de hipocresía (bueno, igual sí, pero esta me toca más de cerca); veinte personas mirando un ataúd, con sonrisitas y palabras vacías (¿cuándo se dará cuenta la gente de que la frase "No somos nada" es jodidamente estúpida?), proclamando lo a los cuatro vientos lo mucho que le querían y lo que le echan de menos.

Por favor...en dos años que llevaba mi abuelo viviendo con nosotros apenas cinco personas (nosotros aparte, quiero decir) se preocupaban por él, así que no me jodan, señores, no me jodan.

La misa, y demás, fue bastante bonita. El cura de Latores conoce a mi familia materna desde que mi abuelo era joven, y la verdad es que nos dedicó unas palabras muy bonitas. No simpatizo en absoluto con la religión ni la liturgia católica, pero me encanta el ominoso misterio de las iglesias.

De todas formas, creo que lo que se me hizo más jodido fue llevar el ataúd, como una especie de representación física del peso del dolor.

Pese a todo, y por muy mal que pueda sonar, me "alegro" de que mi abuelo haya muerto. A los ochenta y ocho años puedo decir que no le quedaba casi nada por hacer, aparte de esperar sentado a la muerte. Llevaba seis meses muy echo polvo, y supongo que el primer ataque al corazón le llegó el sábado como podría haberle llegado dentro de dos meses. Sinceramente creo que no importa tanto que haya muerto ahora, si el resto de días que le quedaban iban a reducirse a convertirse poco a poco en nada. Pero supongo que eso es la vejez, ir menguando poco a poco, hasta que ya no queda nada de ti.

Aunque aún puedo ver a mi abuelo lleno de tubos, pálido y demacrado, en una puta cama de hospital, creo que me voy a quedar con el recuerdo de cómo sonreía al comer tarta de chocolate.

Requiescat in pacem (me encanta el latín...).

02 octubre 2006

Retazos 01

Bien. Como en este blog no tengo demasiadas cosas que poner, y sé hace poco más que esto, voy a poner pequeños fragmentos de cositas en la línea de una serie de relatos que he escrito, "Conversaciones".
El género, creo, es costumbrista. Lo más probable es que no haya personajes fijos, así que serán simplemente pequeños fragmentos de nada concreto.
De todas formas, espero que os gusten, y que critiquéis todo lo criticable (sobre todo tú, Coto, que sé que espías por aquí ^^).

"Laura dejó escapar todo el aire de sus pulmones, y esperó a que se le aclarase la vista y el cosquilleo que le recorría el vientre y entre los muslos se desvaneciese lenta y dulcemente.
Entre las sombras, heridas apenas por una docena de velas distribuidas por la habitación, vislumbró el cuerpo de él, sentado sobre la cama mientras buscaba algo en sus pantalones.
- ¿Me vas a pagar?- rió ella al escuchar el tintineo de unas monedas.
- Ojalá hubiera sido tan bueno- gruñó él. Laura dejó pasar el comentario, y perdió la mirada en el techo.

Era el quinto tío de la semana, y había sido el más insulso. Una hora restregándose contra su cuerpo, y un soso orgasmo cuando él ya desfallecía. Ni siquiera había tenido una palabra, aunque fuese una guarrada. Se había limitado a gemir como una niña, con el flequillo teñido de rojo pegado a la frente.
A Laura ya se le había olvidado la conversación insustancial que habían tenido en la discoteca. Supuso que con la minifalda y el escote tampoco necesitaba decir mucho más.
- Me voy- dijo él, terminando de abrocharse la bragueta.

Laura no se digno a despedirse. Escuchó casi con placer el portazo, y miró el reloj. A las cinco de la mañana, el único sonido era el de su propia respiración.
Mientras se arrebujaba entre las sábanas, se sintió desoladoramente vacía. Ya no se acordaba del nombre del quinto tío de la semana."

Espero opiniones, señoras y señores lectores...

01 octubre 2006

(Un)Easy to hurt

Llegué a casa a las 4:02 de la mañana. La noche había empezado a las diez en El Delfín. Un café con hielo y Baileys para ir calentando (y un pincho, por supuesto, que las tripas tiran). Fonso, mi hermana, Jess, Angela, Alba y Juli.
Luego cerveza y más cerveza, billar y futbolín en el Entama. Llegan David y Raúl. Más cerveza y vodka con limón en La Caverna de la Bestia. Horas y horas de conversación, de peces chupópteros y la madre que los parió. Viene Rubo, pedimos Queen y nos ponen unos Pecos edulcorados. Sonrisas algo cansadas, carcajadas que vacían los pulmones y nicotina que los pudre. La noche se va quemando lentamente.
De vuelta al Entama, más cerveza, más conversación. Marihuana, y la compañía añadida de un argentino. Cerveza, limón y Nightwish (no importa buscar a una dama más allá de las colinas; ella siempre está más lejos, "Over the hills and far away" duele).
Kebap mientras vuelvo a casa con Fonso y mi hermana pequeña. Promesas, sonrisas y un lunes a la vuelta de la esquina.

Vuelvo a casa, meto las llaves para no hacer ruido. Veo la luz titilante del televisor, azul. Mi padre está acurrucado en una esquina del sofá. Saludo, y voy felizmente a vaciar la vejiga. Se levanta mi hermana mayor, y me dice que vaya a hablar con mi padre. Se me encoje el alma; sus ojos están hinchados y le tiembla la mano mientras sostiene un cigarrillo.
Por fin, me siento en el sofá y recuerdo que habían llevado a la residencia a mi abuelo porque había quedado inconsciente al golpearse la cabeza contra la puerta del coche, sin querer. Se me pasan imágenes fugaces bajo los ojos. Mi corazón alcanza el tamaño de una nuez cuando veo que mi padre tiene un rastro de lágrimas en la mejilla.
- Hola...- susurro. No responde, y se me hace un nudo en la garganta cuando intento preguntar.
- ¿Qué tal gúelito?- me atrevo a decir, un par de segundos más tarde.
- Mal... Nos marchamos a las dos de la residencia.
- Joder...¿y eso?- la nuez se convierte en almendra.
- Al final no se había dado en la cabeza. Le dio un paro cardiaco- se frota el ojo, disimulando. A mí no se me ocurre nada que decir.
- Y, bueno, lo subimos a la residencia y le dieron otros dos ataques.
- Mamá destrozada, ¿no?
- Sí, se marchó hace nada para la cama.
- Pf...¿qué os dijo el médico?
- Que lo habían sedado. Cuando subimos a la habitación estaba inconsciente.
- ¿No lo tienen en la UVI ni nada?
- No. Entró por Urgencias y luego a la habitación.
- Joder...
- Está mal. El me´dico dijo que tenía difícil recuperarse, y que entonces perdería la sensibilidad en el lado derecho.

Mi padre se va a la cama. Le abrazo y le doy un beso en la mejilla. Mis hermanas hacen lo mismo, y él se mete entre las sábanas, intentando no despertar a mi madre, cuyas lágrimas seguramente empaparían la almohada.



Tantas cosas parecen importantes, y en un minuto pueden convertirse en susurros en el viento. Hace un rato pensaba que la vida es un setenta por ciento de dolor, pérdida y nostalgia. Y duele creer que es verdad.
Odio mirar hacia delante.