27 junio 2008

Desde la ventana 04

"Son las tres de la mañana (cerotres : cerodos) y acabo de apoyar los codos en la imitación de mármol del alféizar. A los pocos segundos de encender el cigarrillo aparece el Señor-con-Pipa de Enfrente.
Vivo en una “avenida” estrecha, larga, entre dos hileras de edificios de cinco o seis pisos, así que es fácil ver a la gente que vive delante mía (y ellos verme a mí), a través de la ventana. Es un poco retorcido, ir buscando de ventana en ventana una escena para entretenerme mientras consumo un día de mi vida en cuatro minutos.
El Señor-con-Pipa de Enfrente vive un portal más abajo (creo que es el catorce), en el segundo piso. Tiene una especie de terraza, la mitad tapada por una cristalera y una especie de balcón minúsculo con espacio para un cuerpo humano (de pie) y una bombona de butano. Tendrá unos setenta y pico años, y hace al menos cuatro que lo veo salir a la terraza. Casi siempre va con una bata azul oscuro, peluda, de esos tejidos que se desgastan y forman bolitas, y una boina negra. Tiene la cara redonda, la nariz abultada y los labios gruesos, el rostro arrugado y sin afeitar.
No tiene un horario fijo, pero es raro el día en que no lo vea. Se apoya en la barandilla dorado oscuro de metal barato y se queda mirando la calle mientras fuma con una pipa normal y corriente, marrón oscuro y negro (últimamente fuma mucho menos, mira durante más tiempo los coches y las personas pasar de largo). Alguna vez lo he visto tirando papeles a la calle, hablando solo y maldiciendo. Dudo que me haya visto nunca, porque no es normal mirar hacia arriba si vives en un segundo piso.
Cuando lo veo pienso en cómo será vivir a esa edad. No me gusta pensar que llegará un momento en el que lo más interesante que pueda hacer sea mirar por la ventana durante tanto tiempo. Para ese hombre seguramente no haya nada “nuevo”, algo que no haya visto o experimentado. Y si lo hay, seguramente no le apetezca descubrirlo. ¿Qué clase de emoción se siente a los setenta y cinco, ochenta años?

A veces termino el cigarro y me quedo un rato mirándolo, intentando que la música suene muy por encima del ruido de los coches que avanzan sin darse cuenta de nada de lo que sucede sobre sus techos, o de las gaviotas que se posan en los tejados.

En el fondo es algo que no voy a descubrir hasta que tenga setenta y cinco, ochenta años, pero me gusta pensar que el Señor-con-Pipa de Enfrente también piensa en las vidas de toda esa gente que ve (vemos) pasar de largo."



El Señor vive algo más abajo, pero el cielo es más bonito que su cara.