06 febrero 2007

Retazos 05

"Hacía frío en la estación de autobuses. Víctor ahogó el cigarrillo contra el suelo de cemento con la punta de la bota y siguió marcando el compás de la música. Expulsó el humo lentamente mientras se frotaba las manos.
- C’mon, c’mon, c’mon and play me hard!- cantaba en voz baja. Una voz aséptica anunció una salida hacia Madrid en quince minutos, aunque se escuchaba muy bajo por encima de Crucified Barbara.
Miró por encima del hombro, bostezando. Había una docena de personas detrás suyo, esperando en una cola serpenteante, y otras tantas por delante. Bufó; todo indicaba que le iba a tocar compartir asiento con alguien que le miraría mal por llevar la música demasiado alta o intentaría contarle su vida y milagros en veinte minutos de trayecto. Encendió otro cigarro, soltando el humo por la nariz congelada. Gruñó un taco cuando vio un fluorescente que marcaba cuatro grados.
La chica que estaba delante suyo le miró de reojo, casi disimulando. Apenas pudo apreciar su perfil durante un segundo, ella enseguida siguió mirando hacia delante, con abundante cabello liso y negro cayendo hasta la mitad de la espalda. Se frotó los brazos por encima del anorak rojo oscuro. Víctor desvió casi sin querer la mirada hacia su culo (proporcionado, firme) y sus piernas (demasiado delgadas). Meneó la cabeza con una sonrisa y miró de nuevo el reloj de la estación, impaciente.

Al cabo de diez minutos observó decepcionado cómo medio centenar de personas (las contó, sólo por entretenerse) bajaba del autobús, conductor incluido. No tenía ganas de que los dedos se le pusiesen azules, pero todavía debían de quedar otros diez minutos de espera. Maldijo y cambió el peso de pierna. La chica que estaba delante suyo sacó las manos de los bolsillos y miró el reloj de su muñeca. Acto seguido echó a andar hacia la derecha y se perdió entre la multitud que confluía en la entrada al edificio bajo que había frente a los andenes.
Víctor bostezó otra vez y se arrepintió de no haber dormido una buena siesta por culpa de Ana. Pensó en lo poco que había servido tomar café con ella, al menos a nivel orgánico. Desvió la vista al suelo mientras se estiraba. Habría un par de metros de hormigón entre sus pies y los del siguiente anónimo que esperaba el autobús; la chica de las piernas delgadas aún no había vuelto. Víctor la buscó inútilmente con la mirada durante un momento y encendió, indiferente, otro cigarrillo. Una guitarra se desgarraba en acordes a través de los auriculares.
Mientras daba una calada, un anorak azul oscuro apareció entre la gente. La chica de las piernas delgadas se acercó a grandes pasos, con el pelo contoneándose al ritmo de sus caderas enfundadas en vaqueros oscuros.
- ¡Gracias!- cuando volvía a su sitio en la cola, delante de Víctor. A él la sonrisa le pilló casi por sorpresa, al igual que aquella voz aguda. Alzó la vista un segundo e inclinó la cabeza mientras murmuraba algo parecido a “No importa”. Ella le miró, todavía sonriendo, durante un segundo y se giró.
Tenía unos enormes ojos azul claro y una sonrisa de labios pequeños y rosados que se desvaneció tan rápido como había llegado. "

Ahora ejerced de Risto Mejide, nenes.