17 febrero 2011

Desde la ventana 06

“Son las seis de la tarde pico y ya no hay sol, sólo columnas de nubes tumbadas extendiéndose en el cielo, como si tapasen los rayos de sol naranja. Dejó de orbayar hace un par de horas, el alféizar está seco pero el prao a mis pies no; gotas minúsculas se deslizan por los bordes de las briznas, humedeciendo la tierra negra que se entrevé. Con los minutos que pasan la temperatura desciende, la ausencia de sol hace que los colores dejen de brillar y se queden más secos. No hace frío, pero mi aliento se convierte el vaho cuando respiro.


Esta vez la ventana de cristal está a mi espalda, pero la ventana es en realidad mis pupilas. Delante de ellas un prao con arbusto, una carretera y otro más verde, con árboles con barbas de líquen y pájaros entre las ramas terminadas ya en granitos verdes. Eso es todo lo que abarca mi campo de visión, prao, árboles y cielo. Si muevo la cabeza un poco a la derecha aparece la sombra corrugada de un cable colgando, si es a la izquierda, una hilera de casas clónicas con coches distintos pero igualmente clónicos. Hace horas que un grupo de niños da vueltas por ahí con un balón, pasaron perros y dueños surtidos. Y hace horas que mi mente palpita según suena la música dentro de mis oídos, así que no los oigo.


Con los ojos medio cerrados, porque aunque no haya sol la claridad molesta, una sonrisa me busca la esquina de los labios. En este instante la información de mis sentidos bloquea cierto nivel de pensamiento, y hay una especie de hilo invisible agarrado alrededor de mi plexo solar (de mi centro de gravedad) que tira suavemente hacia arriba, anclado en algún lugar por encima de mí. Verbalizar una sensación es jodidamente imposible. Es como empezar a respirar hondo y notar que el ritmo de los latidos se apacigua sólo entre calada y calada.


Suena una canción, y recuerdo un banco de hierro pintado de blanco y francamente incómodo, y esa misma canción diciéndonos a través del móvil que hay tiempo que desperdiciar hasta que un día descubres que el tiempo siempre se queda atrás. Es como correr siguiendo a un conejo blanco y meloso.
Me gusta mucho esa cualidad de la música para llevarme, mientras escucho, a otros espacios y otros tiempos en los escuchaba eso mismo. No siempre es bueno, pero eso es lo que pasa con el cerebro, que recuerda. Me hace pensar también en todas las cosas que no recuerdo, y en cosas que no puedo recordar porque no son mías. Me hace pensar en una persona, hace muchos años, trapicheando vinilos y traduciendo esas mismas canciones con un diccionario de 1965. Y recuerdo una cara en una fotografía grisácea, esa misma cara con la que he escuchado horas y horas de música, con la que me he perdido entre nieblas y montañas, con la que un millar de olas nos han llevado a lomos contra las piedras con una sonrisa. Esa misma cara que ya hace mucho que no es la misma cara, pero sí la misma persona. Sólo que muchos años después. Es imposible saber qué pensaba, qué sentía, qué fumaba. Recuerdo una vez que, en el ambiente lleno de toses y de tedio de una sala de espera medicinal, alguien me dijo que no eran del mismo color pero seguían siendo sus mismos ojos.


Retomo el oficio de inhalar y exhalar humo y se me abre la sonrisa con más o menos cinismo depende del perfil por donde me mire. Una cabeza se asoma por la puerta, porque la puerta está abierta, y cabe la posibilidad de que entre un zombie en el momento menos pensado. La cabeza, que en el fondo sólo es un montón de enlaces covalentes que se configuraron en algo capaz de emitir sonidos y de pensar, se va por donde vino. Ha pasado una hora, y un doblón blanco brillante, lleno de cráteres, saca pecho entre las nubes. Alguien imaginó una vez a otro alguien escribiendo un FUCK YOU gigante en el desierto, tan grande que los astronautas lo viesen fuera de órbita. La erosión hizo lo mismo en la Luna, pero con una cara sonriente (y si es mentira, prefiero seguir creyendo lo contrario).


Ahora ya hace frío y me quedan dos caladas. La luz de las farolas deslumbra y delimita las negritud en conos amarillentos en torno a los que bailan insectos catatónicos. Si no hubiera farolas, la luz sería más pálida y se vería bien el cielo. Alguien dice a través de los auriculares que busque en mi interior la salida y cuando la encuentre asome la cabeza y respire. La salida está en el piso de arriba, sobre la cama con los ojos cerrados y más humo en la garganta y en los ojos.”



4 comentarios:

Miruche Sorrentino dijo...

Me gusta lo que tus palabras me hacen sentir, lo que me hacen recordar, lo que me hacen imaginar. Me gusta que me hagan sonreír y que en cierta manera me entristezcan...

pow.wow dijo...

Es curioso: caí en este blog por casualidad y acabo de leer tu último post. Pensé que no habia un lugar para comentar (porque, tonta de mí, leí "impertinencia" y pensé que era una de esas casillas malignas que te permiten "denunciar el contenido del articulo"). Pero luego me di cuenta que dependiendo del post habia 1 o 3 impertinencias y me di cuenta de que era una audacia de Pelayus. Y aqui te escribo, debajo de Miri-amorín, para estrenarme como bloguera.

By the way, estoy de acuerdo con Miriam. Me gusta lo que leo. Me teletransporta a otros momentos. Otros recuerdos y cosas que añoro. Y no se quién es, pero me encanta la mirada de ese señor de la foto.

Miruche Sorrentino dijo...

Qué grande yes, Pau, tú sí que yes un amorín <3

Anónimo dijo...

Aún no sé qué me haces con tus palabras pero siempre consigues dejarme en estado de semiletargo... dejando mi mente divagar por tus cosas... Tengo ganas de hablar contigo!
Un abrazo enorme Dante.
Patro