En aquel momento, ya lejano, casi pudo imaginar un rostro sobre la cicatriz cincelada a golpes en su cuello, de hermosa y pétrea severidad, clavándole una mirada delicada y amorosa.
Julien se sentó en la silla curul de madera apolillada, dejando caer pesadamente su cuerpo. Enterró el rostro entre las manos, cubiertas de polvo blanquecino, agrietadas y duras como el cuero. Las venas corrían gruesas como gusanos verdes bajo la piel del dorso, las uñas estaban sucias y rotas.
Observó el extremo del cincel clavado en el banco de trabajo de madera, desastrado. El mango de la herramienta aún rodaba por el suelo cubierto de periódicos viejos y amarillentos. Julien le dio una patada y se hundió de nuevo. Nunca, nunca, sería capaz de hacerlo."
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